I. LA MODELO 1992. Enero.
Rafael del Barco Carreras
Entre retiros forzosos, sustos tras muchas de la visitas a gente que resultaban del entorno y cuerda del trío De la Rosa-Piqué Vidal-Pascual Estevill, como la del periodista de La Vanguardia, Feliciano Baratech, 1988, y salvados varios compromisos morales arrastrando un sumario por letras falsas y una denuncia por pagarés, entré de nuevo en La Modelo. Yo no era Antonio de la Rosa Vázquez que pudiera huir de la Justicia, y por no poder huir, ni de ellos pude, quizá por acercarme demasiado y resultar una mosca cojonera. Y muy peligrosa si caía el padre, que vivía en torno y amparado por el clan familiar, que además de por amor filial actuaban acuciados por los varios que intentábamos, por diferentes caminos, su detención.
Habían pasado nueve años. Acabar con mis destrozadas sociedades a base de unas estafas bancarias de no más de 300 millones de pesetas, la mayoría renovando y complicando situaciones creadas en mi estancia en prisión, me costaría dos condenas, una de seis años y otra de siete, terminando mi inmersión en el mundo de los “negocios” y resumiendo toda mi actividad “delictiva”. Y repito, comparado con las condenas en la Audiencia de Barcelona (con el Supremo elevando una de 4 meses a 18) y la Audiencia Nacional a Javier de la Rosa Martí (donde además de que el Juez Moreiras no encontraba delitos, el Supremo elevaría una de 5 años a 7), solo recurriendo a la Corrupción se entiende las diferencias. Y hasta los siete y nueve años a Piqué Vidal y Pascual Estevill por “extorsionar”, puro regalo. Decenas de extorsiones liquidadas como si fuera una, un asesinato igual que mil. Ridículas condenas comparadas con las mías, y las de tantos otros, algunos víctimas por partida doble, pues tras la extorsión vino la condena (en otros, curiosamente, no), por ejemplo, Francisco Esteve Corbella y su hijo Francisco Esteve Head (condenados a 6 y 7 años por falsificación y estafa), cuya hija y hermana con los años sorprendería a los americanos convirtiéndose en presidenta de una asociación de afectados por las Torres Gemelas, donde nunca estuvo. Una extraña personalidad estudiada ahora, 2008, por unos equipos televisivos de la BBC. Y para más INRI, a la ridiculez de las condenas, en los tres casos, se librarían sus familias y colaboradores, tan delincuentes como sus jefes, hermanos y progenitores, y ni menos involucrando a NADIE del estamento Judicial, más que necesarios para que la Banda actuara con impunidad. Ya solo la dirección al Juzgado 26 de todos los grandes casos económicos (donde hubiera algo a repartir) hace del reglamentado reparto un nido de arbitraria corrupción. Una mecánica que el gran Jefe Fiscal Vitalicio, Carlos Jiménez Villarejo, en otro alarde de su demagogia progresista, atribuyó a la gran sabiduría del Juez sobre finanzas. Pactos, arbitrariedad y corrupción.
Traspasando las tres cancelas de la Modelo, a primera vista, me percaté del enorme presupuesto aplicado a su reorganización y del cambio total de filosofía en su funcionamiento. Un completo lavado de cara, y confirmados los augurios de Don Daniel que los presos no ejercerían de funcionarios. Los funcionarios se habían multiplicado por mucho, y los presos, vistos a mi entrada, agarrados a una escoba o mocho. El traspaso a la Generalitat convirtió la prisión en totalmente distinta a mis tres años pasados entre 1980-83. A la corta no diría que a mejor.
Un ingrediente nuevo y a la vista oscurecía las mejoras, EL SIDA, y la inmersión total en las DROGAS. Quizá la causa efecto eran las drogas. Si en los primeros 80 brotaron la tuberculosis, las hepatitis, el herpes, y todas las enfermedades venéreas, ahora la terrible plaga se convertía en resumen total, y multiplicando las demás. Cuando por primera vez a partir del 84 leí los estragos de la nueva enfermedad, atribuida en principio a la homosexualidad, sospeché que bien pudiera existir en La Modelo que yo conocí, por lo demás un perfecto caldo de cultivo, y evidente en las causas y secuelas que rodeaban el SIDA. La masificación de los 80, con hasta 2600 presos entre total suciedad, sin un verdadero servicio médico, amontonados en celdas, durmiendo encima del apestoso agujero del water, remitió con la reforma de los artículos 503 y 504, y el reingreso de la inmensa mayoría de los liberados, más el crecimiento atribuible al tráfico de drogas, se absorbió con las recién construidas cárceles de Brians y La Roca. Extranjeros y enfermos multiplicaban la diferencia.
La Quinta galería perdió su terrible condición de castigo y tortura, aunque algo quedara (pues si por Ley se limitó el aislamiento de castigo en un máximo de diez días se habilitaron otros sistemas), para convertirse en zona de entrada, clasificación y distribución con consultorio médico incorporado al igual que las demás galerías. El periodo. El “médico” de los 80 se había convertido en equipos completos para cada galería. Duchas, lavanderías, limpieza, mesas o comedores. El “periodo”, los tres días para inspección médica (pura entelequia en el 80 y parecía real en el 92) y envío a una u otra galería, según la multirreincidencia, tipo de delito o personalidad, pasó de una celda durmiendo en el suelo en un saco de paja por colchón con el resto de los recién ingresados a toda una planta de galería con celdas dotadas de duchas y comodidad suficiente. Lo interpreté como una respuesta ciudadana ante aquella granja de incubación de todas las enfermedades, clásicas plagas humanas.
La Primera, restaurada, acogía a primarios, “gente normal”, y con destinos y talleres. Un premio a la buena conducta, al igual que la segunda. La Tercera con reincidentes, más turbia, y la Cuarta seguía con los multirreincidentes, el lumpen. La peor, la Sexta, gente aislada, conflictivos, de “primer grado”, aunque había quien la prefería por lo de uno por celda o máximo dos.
Pero al siguiente día del “Periodo” la gravedad del nuevo ambiente se me puso a un palmo de la cara. Cuatro por celda, y uno, un terminal de SIDA. En el camastro contiguo, a menos de un metro. Silvestre, un muchacho de no más de veintitrés años, un atracador, puro esqueleto, con muletas porque no se sostenía en píe, y que tardaría unos meses en morir. ¡Todo un drama!. De Bellvitge, donde durante años tuve una tienda de muebles. A pesar de su juventud, un clásico de la vieja delincuencia surgida de los barrios periféricos. Los restos, el “Vaquilla”, el más mediático de ellos, duraría algo más, poco. Él lo tenía claro, “la mierda de la heroína, ¡no teníamos ni idea de que iba!”. Y no solo representaba la vieja delincuencia en desaparición por la heroína y el Sida, sino el compendio de toda maldad posible. Anidaba tanto odio, muy comprensible, que lo exteriorizaba con quien tuviera a mano, y su pobre madre la primera de las víctimas aguantando horas esperándole y si no había ingreso en “peculio”, la castigaba, no acudía a los locutorios. “Cuando salga mataré a la que me denunció…la dueña de una casa de putas (masajes) donde me escondí tras un atraco…”. Antes de morir le trasladaron a una granja de la que se escapó para cometer su último intento a una gasolinera estrellando el coche robado. En eso también se anticipó al Vaquilla, aunque se ha de advertir que las gasolineras con sus dependientes y fajos de billetes formaban el primer objetivo de los desastrosos yonquis. Su último impulso vital. De nuevo en La Modelo, moriría en la enfermería. Aquella Modelo ya no producía las historias del Camacho fugándose para raptar a su novia del pueblo, o la de Koldo de la ETA intentando liberar de la Trinidad a su amada. Los amores y romanticismo, muy ligados a la antigua delincuencia, los barrió la DROGA. Las puñaladas por quitarse la chica las sustituyeron los tiros por robo de droga o ajustes de cuentas. Lo repetía Silvestre, “yo era un crío…y tras cada atraco con mis colegas…con el ji ji y ja ja nos poníamos ciegos de petardos, coca…y para bajar el subidón…el perico…y a los cinco o seis pinchazos…pues el enganche…!y así me encuentro!”.
A mi queja al médico por la posible transmisión me contestó que la cárcel estaba llena y dividirla en sanos y enfermos era perjudicial para los infectados (por lo de la discriminación), y que si tenía cuidado la infección sin más no se daba. Me retiré de su presencia con una sonrisa. Qué sabría aquel matasanos si se les morían a docenas, ¡todos los infectados!, y ni idea del virus en si mismo. Si la sangre contaminada corrió por los hospitales para trasfusiones yo vería la de Silvestre en varias ocasiones. Corría la fábula que máximo, y cuidándose, desde que se descubrían los “antivirus”, máximo de vida cinco años de no aparecer infecciones de final más rápido, y siempre aparecían. Por suerte nunca necesité ni necesitaría de los “servicios médicos”. No moriría por las luchas internas del 80 pero el peligro no era menor. El simple favor de un traslado de celda costó unos meses, pues poco a poco “viejos amigos” paliarían el total desamparo. Se rompieron los canales a través de la Tina del Bar Modelo, pero no tardaría en ver otros sistemas aunque esta vez no me beneficiaría.
Era enero y la Primera gozaba de calefacción, ¡casi nada!, y el intenso trabajo en el Economato de la Cuarta desde el primer día, sumados a mi experiencia, me adaptaron al nuevo medio. Una ventanilla con grueso cristal protegía suficiente de las exigencias de los peculiares clientes. El dinero se había sustituido por cartones, y la primera advertencia su falsificación. Don Jesús confiaba en que desde ese momento cuadrarían los recuentos, lo mismo sobre el tráfico que le complicaba todos los economatos, y que costó el lugar de trabajo a quien sustituí.
Mi mujer desde el primer día coincidió que esta vez las “cosas” pintaban peor. Ya no nos comunicaríamos por “jueces”, donde además también reforzaron los barrotes con gruesos cristales antibalas. Ni menos gozaríamos de visavís o por los rincones de oficinas. A la larga de tarde en tarde, con viejos conocidos de guardia, nos concederían la cabina número 1, la que se oía mejor, pues de la gran sala del griterío de antes se había pasado a cabinas cerradas. Y suerte añadida, los visavís se concedían con puntualidad reglamentaria y en unas habitaciones de limpia fonda, y ¡con preservativos!. Se acabó la sala con un apestoso urinario y un armario para refugio de las parejas.
Doblaron las rejas de entrada en cada galería creando un bunker intermedio donde un funcionario coordinaba a los varios de guardia. Y si en la planta baja de la galería las colas se formaban para citaciones, entregas de documentos o simples llamadas de atención, en la primera planta lo eran de enfermos o “anotados al médico”. Del total de unos 250 individuos no menos de treinta o cuarenta diarios.
Caras conocidas, incluso amigos. Ninguna memoria de los trágicos 80. A cada uno aquellos años supuso su pequeña historia y ninguna relación con la tragedia de Camacho, la Séptima, y menos sobre el millón de Pedro Baret. Pero con una importante sombra, el Juez Luis Pascual Estevill, y de primera noticia su buena memoria en el lugar. El lumpen le tenía por un buen “tío”. Soltaba con facilidad, pero saberle en el Palacio de Justicia no me tranquilizaba. Y sufriría de nuevo la parte oscura de la arbitrariedad judicial, tampoco me concederían la libertad con fianza. Por toda argumentación la Jueza sustituta del titular del Juzgado n.2 de Sabadell (apartado del cargo por oscuras decisiones) señalaba dos causas pendientes aunque en libertad. Los he conocido, no con dos sino con docenas. Y aun habría más arbitrariedades, muchas más. Por de pronto se añadiría el viejo pleito de las urbanizaciones que Francés Jufresa me asegurara sobreseído. Trece o catorce años del caso, y sin prescripciones. Si tres casualidades forman una prueba yo sufriría tantas “casualidades arbitrarias” que me convencí que mis “amigos” no me olvidaban, o que es lo mismo, entre corruptos contribuirían a ennegrecer mis expediente “oficial” imposibilitando decisiones normales y reglamentarias.
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