viernes, 11 de junio de 2010

EL EURO Y LA PESETA CONVERTIBLE.

Rafael del Barco Carreras


12-06-10. Una batallita a cuenta de la problemática España-Euro. Corría 1961, tenía 21 años y tal como he contado en otras ocasiones trabajaba en “cartera extranjera” del Banco Comercial Transatlántico, Diagonal-Paseo de Gracia, banco alemán, y ahora Deutsche Bank. 1.200 pesetas al mes y varias pagas extras al año, ¡una miseria! Además había terminado los cursos del Instituto Bancario del Consejo Superior Bancario, 4 años por las tardes y noches, rematados con una tesis final sobre una importación de maquinaria pagada con un crédito documentario con aval bancario, y financiada con una emisión de obligaciones a largo plazo. Creo que saqué un notable. O sea, que en teoría y salvando la informatización y globalización de los pasados 50 años, elucubro sobre mi oficio:


Para que los cajeros sigan soltando billetes aunque los alemanes y franceses cierren el grifo de los euros porque mi País es un País gobernado por chorizos o irresponsables, o las dos cosas a la vez, se podría emitir LA NUEVA PESETA. Podrían circular las dos monedas, y aplicar los viejos mecanismos de aquellas pesetas convertibles de cuando en 1959 se iniciara la apertura exterior del franquismo, la mal llamada liberalización porque la autarquía continuaría en el desarrollismo de los 60 financiado con el turismo. Sería retrotraerse al inicio de la bola de nieve, billetes, deuda y divisas. Lo de gastar solo lo que se gana, o invertir solo lo que se ahorra, es una idea retrógrada, absurda y merecedora de todos los imaginables insultos del llamado progresismo. Lo de Keynes y el pozo sin fondo, es lo que vale.


En mi fantasía ignoro que pactos políticos y por tanto legales entre la Zona Euro y España permitirían la creación e impresión de pesetas para cubrir la irrefrenable tendencia al gasto y la inversión de nuestros políticos. También ignoro las cláusulas que garantizarían la cobertura de la enorme deuda exterior, pero con la “nueva peseta” se evitarían los ajustes inviables y de nulos o nefastos resultados. De entrada subir de nuevo los sueldos públicos y pensiones, cumplir con la inversión programada, los subsidios y subvenciones de todo genero, mantener las teles o prensa pro Régimen, o en Barcelona, por ejemplo, transformar la Diagonal, cubrir el Mundo de embajadas de Cataluña (donde enchufar a más hermanos y amigos de políticos) o repartir créditos incobrables para paliar la miseria ajena.


Pueden apostar que un euro alcanzaría el precio de 1.000.000 pesetas (de las no convertibles) al poco de permitir que la Fábrica de Moneda y Timbre funcionara a pleno placer de Ayuntamientos, Comunidades Autónomas y Gobierno. En definitiva un gobierno sin la potestad de emitir dinero y repartirlo con la generosidad española... no tiene gracia, le falta la herramienta principal, la ilusión de todo político.



Recuerdo el formulario rojo para los simples comunicados estadísticos al Banco de España y los negros de solicitud de divisas para pagar una importación no respaldada por pesetas convertibles. Como anécdota añadiré que se subvencionaban las exportaciones con un 8%. Subvención que condujo al escándalo Matesa, 10.000 millones de 1967 o 68. Además de muchas pequeñas matesas para cobrar las subvenciones, aumentó el mercado de “licencias de importación” que enriqueció más si cabía a funcionarios y políticos franquistas, los maestros de los actuales. Recuerdo que el papelito “licencia de importación” de un Mercedes costaba no menos de 1.000.000 de pesetas por los 70, vivo y ya muerto Franco, pagadas, siempre en efectivo, en los propios pasillos del Ministerio de Comercio. Merdedes de segunda mano por cambio de domicilio, el gran negocio de los funcionarios o militares destinados en África o las Canarias. El correspondiente actual de “recalificar” (también entonces, pero más moderado) un terreno rústico y transformarlo en una sustenciosa hipoteca en las cajas o caixas.


Lo de las dos monedas se me ocurre porque con mi misérrima pensión pudiera pasar, similar al corralito argentino, que metida mi tarjeta, ¡que ya no tengo!, se hubieran acabado los euros. Saldrían pesetas y me iría al supermercado a comprar. ¡Tan tranquilo!, y esperando que también al igual que en varios países no se acaben los tomates, patatas o leche en los supermercados.


Con pesetas convertibles o no, por si acaso que las impriman. Ver en imágenes de www.lagrancorrupcion.blogspot.com las noticias que avalan este estrambótico consejo.


















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