16. LA MODELO. 1983 hasta Mayo.
Rafael del Barco Carreras
Algunas de las duras situaciones de mis últimos meses de cárcel, como en la vieja mili, desaparecieron quizá por la libertad, de golpe, por sorpresa, sin esperarla. Pero antes aun sucedieron leves incidencias en los pasillos entre cancelas donde me movía, de esas que ni siquiera se registran en partes oficiales, pero que alteran el ánimo. Abrazar a mi amigo Koldo, devuelto a La Modelo después de un año en Madrid, me costó una reprimenda del capitán de la guardia civil que le rodeaba y tuve que excusarme ante un Jefe de Servicios con lo de que la amistad no iba más allá de mis partidas de frontón, y con que los amigos en aquel lugar los imponían las circunstancias y la obligación de la mejor de las convivencias.
Una pieza, Koldo, el jefe de la ETA que entró con su grupo en el Cuartel de Berga a robar armas, y huidos por las montañas detuvieron a varios, entre ellos su compañera. Tan romántico como Camacho que tras su fuga por el túnel de la enfermería “raptó” a su entregada novia, Koldo falsificó una documentación de abogado y solo se le ocurrió entrar armado en la cárcel de la Trinidad a visitar a su compañera con la idea de tomar rehenes y liberarla. “Cuando me cercó la Guardia Civil exigí mi entrega a la Policía Nacional…”, me contaba. Yo le solía contestar que lo de Berga y la Trinidad demostraba que su cabeza no funcionaba del todo bien. Me perdonaba esa, y muchas otras de mis ocurrencias contra la ETA, como que las huestes vascas de los ejércitos de los reyes de Castilla o del Imperio Español formaron la España, o sea, que ellos, las tribus vascas, cántabras y astures, y no los andaluces, mis ancestros, formaron lo que hoy es España, de la que pretendían salir matando a diestro y siniestro. O que me olía no estaban muy bien informados porque algunos de los secuestros de industriales, por lo que yo sabía de finanzas, familiares y bancos les darían dinero pero para que se los quedaran. Todo me lo admitía, discutía y reía, contestando que solo de un ácrata y anarquista aguantaría ese discurso. Un fallo dejarme llevar y abrazarlo esposado entre no menos de seis guardia civiles cuando esperaba la tramitación de la entrada. Ningún problema cuando con otros presos de vuelta, o entrando y saliendo al clínico, como Xiqui, el kíe de la Sexta en mis inicios, que tras varios meses de su fuga por el túnel de la panadería, entraba en camilla con la pierna recompuesta entre hierros ortopédicos. Las cosas normales en otros tiempos, departir con “amigos” mientras esperaban estampar las huellas y demás trámites de ingreso, ya ni se me ocurrirían, apenas si bajaba al pasillo de estrada a la cárcel. Los últimos meses intentando desaparecer. El Jefe de Servicios me perdonó el impulso, no cursaría un parte. Nunca lo hicieron, mi expediente impecable.
Hasta mayo, si la tensión Interior bajaba, la mía subía a niveles de infarto. Asociarme con mi compañero de frontón y de “destino”, Camacho, me situaba en el punto de mira de varios clanes internos, que aunque desechos por traslados, seguían activos. Es una tontería alegar que a “rey muerto, rey puesto” y que si los kíes y cabos perdían dominio a manos de nuevos y más funcionarios, el “mercado de la droga” con abundantes beneficios creaba de nuevos a enorme velocidad. El futuro me demostraría por mis otras dos condenas que mi nombre se limpió y mi recuerdo impecable entre presos y funcionarios. Pero en aquel momento ni el ambiente “oficial” andaba muy seguro en cuanto a mí. Un tal Pena, secretario del Director Camacho, me interrogó sobre los rumores del millón de pesetas contra los de la COPEL, pero concretando. Al parecer la fábula se la atribuyó Pedro Baret Sabater en huelga de hambre porque consideraba que su prisión preventiva se alargaba demasiado. No confundir con su hijo Pedro Baret Herrero, también encarcelado por la misma estafa, que creó una curiosa banda de “guaperas” estafadores, convirtiendo en célebre a su madre por tragarse en una comisaría el talón que incriminaba al hijo, y que moriría años después de sobredosis. Baret pretendía “politizar” su situación, se convertía en adalid o mentor espiritual de la COPEL. El tema quedó congelado, yo nunca había amenazado ni a Baret con quien hacía meses no tenía ningún contacto, ni a nadie, pero como los del “Consorcio” significaban según la prensa el Franquismo y la mayor estafa desde Matesa, pues quien mejor.
También pasarían muchos años hasta no entender el verdadero trasfondo de lo que entonces me pareció otra de las absurdas locuras que envolvían mi vida. Dos o tres años después, ya en libertad, en uno de mis viajes me sorprende en la librería del aeropuerto un libro de Pedro Baret y Federico Gallo (ver Internet “Mi verdad y algo más”, 1983) contando su vida y estancia en prisión. Se convertía en guía espiritual de los motines y reivindicaciones, y a mí en poco menos que jefe de la reacción, una especie de extrema derecha pro Sistema, y sin más me hacía financiero por un millón de unos supuestos asesinos a sueldo que debían acabar con su jefatura. De nuevo mi obsesión por leer todo lo que se publicaba sobre los ya muy famosos personajes redondearía mis sospechas. En 1998 el ex secretario de Piqué Vidal, Antoni Piñol, publica un libro, “La toga manchada de Piqué Vidal”, y leo, tras las sociedades creadas con el ex guardia civil Sebastián Martínez Ferraté, “Privacy” y “Enterprise of Investigación”, “Nos encontramos también Ona, Institut d´Imatge i Comunicació, con el fabuloso periodista y mejor persona que fue Federico Gallo”. Después cita sociedades creadas con el nombre de los futuros Juegos Olímpicos… digo yo que pensaría participar en la gran tarta. De inmediato comprendí lo que solo atribuí a una fábula de un fantasioso Baret, arrimando el ascua de la complicada situación interior a su sardina, su particular huelga de hambre para obtener la libertad con fianza, que se la concederían. Un caso pringoso el de Baret con alguien de la Caixa y del Banco Central de por medio, pues de lo contrario era imposible su “estafa”, que se diluiría en el tiempo y la corrupción barcelonesa.
No sería una fantasía a estas alturas de la vida pensar que alguien aprovechaba el río revuelto para que, ante un complejo juicio en el que Del Barco soltaría su bilis, mejor si desaparecía. El “bueno” Federico Gallo, personaje del Franquismo como Baret, amigo y colaborador de Juan Piqué Vidal. Ya pocos recuerdan al celebérrimo comunicador que llegó a Gobernador Civil. Y que uno más de los destacados personajes de los “medios” barceloneses de los 70 trabajara para Piqué Vidal, o sea, De la Rosa, nada especial si toda la prensa barcelonesa gozaba de créditos del Banco Garriga y Nogués bajo la dirección de Javier, y como se demostraría con varios periodistas en nómina, caso Feliciano Baratech de la Vanguardia.
Pero si lo del millón de pesetas se olvidaba a nivel oficial, y aunque seguiría transcribiendo los informes de Doña Pilar, unos días antes del juicio, surgió lo que al parecer era inevitable. Una mujer joven, sicóloga me dijo, me levantó airada de mi mesa de trabajo, echándome de la oficina. Estaba solo, y salí al pasillo de “jueces”. Allí me encontró Doña Pilar que por tradición nunca llegaba antes de las diez. Me tranquilizó, simplemente, se completaría el equipo técnico y ningún preso podría inmiscuirse en su trabajo. Yo, que ya me veía de nuevo en el Interior, regulé el ataque de adrenalina. Fregar la sala de visavís, pasillos y oficina calmaría mis inquietudes.
Mi mundo, el pasillo de jueces, la sala de visavís y las oficinas de Doña Pilar, vedadas cuando se “trabajaba”, entraron en cierta paz y tranquilidad sin la actividad del joven Camacho. Si las “novias” de los “bos” franceses dejaron de incordiar al romperse el canal por donde entraban a “jueces”, que no provenía del mismo por el que obtuvieron el primer visavís a los pocos días de su ingreso en prisión, resultando del simple añadido en las listas que una vez firmadas en la dirección pasaban a manos de Camacho para su “aviso y salida”,
Un momento delicado, con el juicio a la vista que anulaba la solución del 503 y 504 sobre el límite de la prisión preventiva, y por tanto la segura condena, de nuevo el “tercer grado” de Doña Pilar se mostraba la única esperanza. Ni siquiera me planteaba trato especial. Tres años, suponían con las redenciones ordinaria y extraordinaria, más del tiempo necesario para la concesión de un “tercer grado”, incluso de una pronta libertad condicional, pero un traslado a penales sin que Doña Pilar pudiera intervenir complicaría el proceso. El ambiente cambiaba a demasiada velocidad, la psicóloga, la primera en La Modelo, no parecía dispuesta a concesión de ningún género. Apenas los buenos días. Y si Don Daniel ya diera por sentado que los negocios de la “oficina técnica” eran de dominio común en la Dirección, ahora con nuevos miembros, el proceso se complicaría. No se cortaba un pelo, al tropezarse conmigo por el pasillo, en achacarme el error de dejar el economato, y aunque me contestaba a mi mismo que siempre sería necesario alguien que fregara el suelo, o acercar la silla tapizada en rojo “para autoridades”, tipo el fiscal Carlos Jiménez Villarejo, única autoridad al que recuerdo acercársela cuando tomé las funciones del cesado ordenanza, Camacho, no me tranquilizaba. Contrapartida, Ana seguía apareciendo, pero menos. Las guardias se complicaban, disminuyendo también el coste de las “invitaciones” en el Bar Modelo.
Un par de meses de relativa tranquilidad. Pilar, si bien me parecía que se retraía en manifestarse conmigo con la ventaja de suprimir mis servicios mecanográficos, me insistía que lo del juicio era buena noticia ya que a una condena de doce años con tres cumplidos le seguiría un tercer grado, y a la calle. Si la “minirreforma”, así se la denominó, del Código Penal no tenía más objetivo que vaciar las cárceles, aunque los Socialistas la mostraban como uno de sus grandes avances hacia el control y democratización de la Justicia (que por cierto después ampliarían los plazos), los “terceros grados” formarían parte de esa filosofía y yo entraba en los postulados necesarios. Toda una esperanza. Llegar al juicio, vivo, era una cuestión de prudencia y suerte. Los controles interiores se reforzaron, lo que añadido a la esperanza de libertad en una gran mayoría, mejoró en mucho la convivencia. El trabajo, fregar pasillos y oficinas, no solo no agobiaba sino que me permitía leer y escribir la mayor parte del día, a la par que una activa relación pública con alguno de los muchos abogados que visitaban a sus clientes. El “todo iba a cambiar” de Don Daniel se hacía visible a diario con nuevos funcionarios, y si tras la actitud hostil de la nueva “sicóloga” esperaba más reacciones, ni las hubo, ni nadie parecía tener ningún interés en el “ordenanza” de la “Oficina Técnica”. De mi celda, fuera del circuito normal interior, después del toque de diana, a mi trabajo tras la primera cancela, y después del cierre al anochecer, de nuevo a la celda.
Antes del Juicio aun oiría a mis abogados hablar sobre la posibilidad del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, donde aseguraban que las prácticas del Sistema Español eran no solo mal vistas sino que las primeras sentencias contra el Reino de España se dejaban sentir entre los políticos, repitiendo los socialistas sus promesas de cambio en la Justicia, incluso entre los propios profesionales, jueces, fiscales y abogados, que deberían cambiar no solo sus hábitos sino mucho más su mentalidad. Gonzalo Quintero se atribuía haber participado en varias ponencias y redactados sobre el nuevo Código Penal, del que la mini reforma era una manifestación primera. Un nuevo Código Penal que tardaría 13 años creando no pocos problemas, endureciendo las condenas y otorgando más arbitrariedad funcionarial, aboliendo las redenciones por el trabajo, pero sin cambiar la filosofía de la Justicia Española. Si en las arbitrariedades del Franquismo decidían uno o dos personajes, según la importancia del caso, ahora decidirían entre varios, pero muy sujetos a esos uno o dos.
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